El dibujo nace con la mano, es ésta la que conecta los ojos con el carbón, el lápiz o la pluma, el muro o el papel: la mano es el instrumento de creación, sin manos es imposible dibujar. Lo advierte Henri Focillon en su ensayo Elogio de la mano: «Lo que distingue el sueño de la realidad es que el hombre que sueña no puede engendrar un arte: sus manos duermen».