En El modo atemporal de construir, Christopher Alexander se propuso contestar a la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que hace que un edificio esté adaptado simultáneamente a su función y a su entorno, que permita la aparición de la vida dentro y fuera de él, y que siga manteniendo estas cualidades a través de las generaciones y las culturas? Para el autor, el secreto se halla en una «cualidad sin nombre» que es fruto de la vivencia histórica y social del entorno, y de la aplicación directa de determinados preceptos muy sencillos.