Europa acumula a pasos agigantados templos católicos casi vacíos, mientras los cultos emergentes construyen iglesias camufladas que parecen edificios de oficinas. El poder económico convierte nuestras ciudades en escaparates de marcas omnipresentes, mientras las élites esconden sus residencias y el poder político juega con la tradición y la vanguardia arquitectónica para modelar la identidad colectiva.